La dimensión de la equidad en la salud suele descuidarse,
incluso cuando se emprenden iniciativas globales para promover una alimentación
más sana y un aumento del ejercicio físico.
Esto se debe en parte al hecho de que se investiga poco en
las causas que generan las desigualdades sociales observadas en la dieta, el
ejercicio físico y la obesidad. Además, rara vez se consideran los
determinantes estructurales de estos estilos de vida. En estas circunstancias,
las campañas generales de educación para la salud suelen ser, por sí solas,
ineficaces para quienes están en una situación de mayor riesgo, beneficiando
las inversiones públicas en instalaciones recreativas sobre todo a los grupos
más privilegiados que están en una mejor situación. Aun cuando las cifras
medias para el conjunto de la población indiquen algunas mejoras, como dietas
más saludables y más ejercicio físico, es probable que la brecha de salud se
amplíe si esos hábitos más saludables se concentran principalmente en los
grupos más privilegiados.
El reto que se nos plantea es la adopción de políticas y
medidas que beneficien más a los grupos más desfavorecidos de la sociedad.
Estas estrategias deben basarse principalmente en la realidad de los grupos de
renta baja y los intereses expresados por ellos. Que se puede hacer en la práctica:
● Realizar evaluaciones del impacto de equidad en la salud,
para ver si se está facilitando o dificultando el acceso de los grupos de renta
baja a una dieta saludable. Periódicamente se deben revisar, analizar y
divulgar ampliamente las decisiones que se hayan tomado o no, para dar a
conocer tanto las políticas que son saludables como las que no lo son.
● Dinamizar las estrategias nacionales orientadas a la
equidad para promover y facilitar unas dietas asequibles y más saludables, y
aumentar las posibilidades de realizar actividades físicas diariamente durante
el tiempo de ocio.
● Trabajar con la industria alimentaria y con las empresas
de hostelería para mejorar la calidad nutritiva de los alimentos preparados.
● Ofrecer almuerzos escolares gratuitos de buena calidad y
restringir el acceso a alimentos poco saludables y a dulces en los centros
escolares.
● Aumentar la disponibilidad y la accesibilidad al consumo
de frutas y verduras, así como a otros alimentos con un bajo contenido en
grasas, sobre todo en las zonas de renta baja. Aumentar las ayudas económicas a
familias de renta baja con hijos e hijas que les permitan optar por una dieta
más saludable.
● Desarrollar programas de educación para la salud sobre
dietas saludables para grupos diana específicos. Estos programas deben
acompañarse de cambios estructurales que faciliten los cambios dietéticos.
● Mantener un control estricto sobre la publicidad y las
campañas dirigidas a niños y niñas que promuevan el consumo de alimentos
considerados poco saludables (alimentos y dulces con un alto contenido en
grasas, azúcar o sal).
● Dar prioridad a las inversiones públicas en instalaciones
recreativas para las zonas desfavorecidas. Promover entornos saludables con
renovación de las zonas de recreo de los centros escolares y preescolares, que
propicien actividades que inciten al juego, al ejercicio físico y a actividades
recreativas al aire libre.
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