Aprender a vivir entre pantallas

Juan Carlos Melero. Psicólogo. Fundación EDEX.

Adaptarnos a un nuevo contexto
Dos meses largos van ya de un confinamiento que, afortunadamente, y no sin riesgos, comienza a aliviarse. Asistimos a un proceso de desescalada que nos llevará, quizás con algún que otro sobresalto, a esa «nueva normalidad» que nadie sabe muy bien en qué va a consistir, aunque parece plagada de incertidumbres. En la respuesta a la covid-19 todo el mundo ha tenido que adaptarse a cambios repentinos e imprevisibles. Hemos tenido que descubrir un nuevo modelo de trabajo; otra  manera de relacionarnos con amistades y familiares; nuevas formas de solidaridad y apoyo mutuo que hace solo unos meses hubieran parecido impensables (la iniciativa Frena la curva ha sido, a estos efectos, un hito admirable)…

Un universo de pantallas
Todos estos cambios tienen como escenario principal las diversas pantallas y plataformas digitales. Para algunas personas, un proceso en el que ya estaban inmersas; para muchas otras, un desafío para manejarse con una razonable eficacia en entornos apenas intuidos. Y en medio de este maremágnum, adolescentes que, sin comerlo ni beberlo, han visto limitadas sus vidas al marco vaporoso de las pantallas. A su favor, cierta habilidad en el manejo de estas tecnologías. En contra, que toda su vida social se ha visto embutida en una realidad para la que tampoco estaban preparados. Sus relaciones de amistad y sus primeros escarceos amorosos se han visto de golpe restringidos al universo incorpóreo de las pantallas.



Convivir en entornos digitales
Esta abrupta inmersión en una vida en gran medida digital puede conllevar para chicas y chicos diversos malestares, prevenibles a través de una educación en habilidades para la vida que confiamos en ver reforzada en los próximos tiempos, ahora que hemos redescubierto nuestra humana fragilidad. Habilidades útiles para, por ejemplo:

-                     Reconocer las propias necesidades y deseos, y aprender a expresarlos con honestidad, sin caer en la construcción de identidades falsas ni sacrificar la privacidad.
-                     Ponerse en el lugar de las otras personas para comprender sus emociones, y evitar presionarlas hacia prácticas que vulneren su derecho a la intimidad.
-                     Actuar también entre pantallas siguiendo la propia voluntad, afirmando  los propios derechos, sin someterse a deseos ajenos ni perder el control de lo que deseamos mostrar.
-                     Disfrutar las relaciones en toda su riqueza y diversidad, en un mundo que será cada vez más resultado de un equilibrio dinámico entre presencia y vida digital.
-                     Decidir qué usos sí y cuáles no se le dan a esta vida digital, qué actividades se aceptan y cuáles se rechazan, manteniendo en todo momento el control.
-                     Evitar el aluvión de malentendidos a los que la vida digital es tan proclive, y, en su caso, abordarlos con prontitud para evitar que se enquisten y acaben desbaratando relaciones.
-                     Comprender que la vida digital es plural, resultado de un coro inagotable de voces que nos pueden ayudar a plantearnos perspectivas en las que no habíamos reparado.
-                     Analizar críticamente las presiones de la vida digital, para evitar excesos que puedan acabar afectando incluso a la propia capacidad de concentración.
-                     Abstenerse de volcar sobre las pantallas emociones que quizás requieran un abordaje presencial imposible de sustituir por una colección de emoticonos.
-                     Manejar las experiencias de tensión abonadas por un largo encierro y un no menos largo desconfinamiento, aprendiendo a sobrellevar frustraciones inevitables.


Habilidades, en fin, que pueden ser de gran ayuda para adolescentes y para personas adultas, en este prolongado y errático proceso de desescalada en el que nos adentramos, en el que nuestra vida presencial y nuestra vida digital tendrán que encontrar un nuevo encaje.

Comentarios